La vida es, a grandes rasgos, la historia que nos contamos, cómo nos la contamos y la relación que mantenemos con el narrador de esa historia: nuestra mente; principal aliado o peor enemigo, también en las relaciones sexuales. El cerebro es el órgano sexual más importante.
Hablemos, pues, de cómo la mente se inmiscuye en las relaciones sexuales empezando por el fin: el orgasmo. Aunque el estímulo físico es el origen, la llave para alcanzar el clímax –tanto en hombres como en mujeres– está en el cerebro. Esto explica que, como descubrió el Dr. Komisaruk en este estudio, haya personas con lesiones medulares, sin movimiento ni sensibilidad de la cintura a los pies, que pueden llegar al orgasmo a través de la estimulación genital.
El placer puede llegar al cerebro por diferentes vías. Normalmente viaja a través de la médula espinal; pero, como en el caso de esas personas, puede hacerlo a través del llamado ‘nervio vago’, uno de los 12 nervios craneales, algo así como una autovía. Sea cual sea el camino, el orgasmo no es más que un reflejo –sí, como el de las rodillas en la sala del pediatra– y siempre tiene lugar en el cerebro. El lugar concreto todavía no está claro, pero sí sabemos que hay ciertas áreas del córtex sensitivo que se ‘encienden’ al experimentar un orgasmo y que son exactamente las mismas en hombres y en mujeres.
A su llegada, el mensaje ‘placer’ se da de bruces con la corteza prefrontal, allí donde se aloja la conciencia, donde se controla y se planifica. Para que el estímulo siga viajando y llegue a las zonas donde reside la idea de ‘placer’ que conectará con el mensaje, tiene que superar esta barrera de control. De hecho, durante el orgasmo, el flujo sanguíneo en la corteza prefrontal se debilita; de ahí el término ‘petit mort’ que se utiliza en francés para referirse al clímax como una especie de muerte y resurrección de las zonas más racionales del cerebro. Es cierto que la mente se inunda, primero, de dopamina y, después, de oxitocina cuando se alcanza el culmen; pero esto no significa que sea un festival de reacciones químicas, se parece más a un apagón. De ahí que llegar al orgasmo implique, necesariamente, dejarse llevar. De ahí, también, que la anorgasmia –la inhibición recurrente del orgasmo– se deba en un 95% de los casos a razones emocionales, como explica este artículo.
El culmen sólo llega si cedemos al control. Pensemos: ¿de dónde viene esta necesidad de control? Bueno, pues de la preocupación. Por lo que sea. Comentemos algunos de los casos más frecuentes. Aránzazu García, psicóloga y sexóloga, nos cuenta que pensamientos como ‘no estoy rindiendo lo suficiente’, ‘no le está gustando’, ‘estoy tardando demasiado en llegar al orgasmo’ o ‘me correré demasiado pronto’ son el pan de cada día en su clínica. De modo que el puesto número uno en antierotismo se lo lleva la autoexigencia. «Crea en un estado mental opuesto al disfrute, a dejarse llevar y a entregarse a la experiencia y al otro. La preocupación no sólo no tiene nada que ver con la sexualidad y con la unión, sino que las bloquea», explica.
Como la eyaculación –la ausencia, la rapidez, lo que sea– parece ser, según García, uno de los temas que más preocupan, vamos a ahondar un poco en ello. Por norma general, la eyaculación sucede automáticamente al orgasmo. Despejemos primero algunas dudas respecto a la eyaculación femenina. «Todas las mujeres eyaculan, solo que en distintas direcciones: algunas lo expulsan y otras –la mayoría– se corren ‘hacia dentro’, hacia la vejiga, lo que se conoce como eyaculación retrógrada», explica García. Se produce a partir de un tejido interno situado en la pared vaginal, equivalente a la próstata en los hombres. La eyaculación masculina es más simple, pero tampoco es sota, caballo, rey. De hecho, según explica García, la eyaculación retrógrada también se da en hombres. La dirección hacia la que una persona eyacula no influye en la cantidad de placer o en la calidad del orgasmo. Por otra parte, está el squirt –otra historia, apuntan desde Plátanomelón–. No es lo mismo que la eyaculación femenina –un líquido blanquecino–; técnicamente, es un «fluido urinario diluido que proviene de la vejiga», según apuntan los doctores Alberto Rubio-Casillas y Emmanuele Jannini en este estudio, y se produce en un estado de relajación y disfrute; con lo cual, una vez más, tener un buen estado mental es fundamental para experimentarlo.
Sea la autoexigencia, la incomprensión, la culpa o la reunión de turno lo que nos lleva a preocuparnos, el caso es que esta sensación envía al cerebro mensajes de peligro que activan el instinto de supervivencia –alojado en el sistema nervioso simpático–, que nos prepara para huir o atacar; pero, como todo a la vez no se puede, hace que otras funciones, como la erección o la lubricación, se pausen temporalmente porque no son indispensables, nos explican desde Platanomelón.
¿Cómo ceder al control?
Para dejarse llevar hay dos vías que recorrer en paralelo. La primera se lucha en el momento y el lugar, durante el sexo, y consiste en agudizar los sentidos para traer la mente viajera de vuelta al presente. «Concentrarme en lo que me están mirando, en lo que siento, en lo que huelo, en la parte que me excita, en cómo respira mi pareja, lo que dice, una parte del cuerpo que estoy viendo», propone García.
La segunda, a largo plazo, consiste en ahondar en el porqué de esos pensamientos intrusivos, suponiendo que, si aparecen en el ámbito sexual, estarán en otros –académico, laboral, amigos, familia–. «Las personas que se preocupan por el rendimiento suelen tener un buen rendimiento laboral, haber brillado en los estudios y comprobado en la práctica que el esfuerzo funciona», expone García, tomando como referencia a quienes pasan por su consulta. Esta asunción es, sin embargo, un arma de doble filo, pues todo aquello que tiene que ver con el disfrute –«reírse, excitarse, enamorarse, quedarse dormido»– no viene del esfuerzo, sino del deleite, la actitud de juego, la ligereza; de abandonarse y confiar en que irá bien. «Hay que cambiar el chip: las relaciones sexuales no son un examen ni un trabajo».
La confianza y la afinidad ayudan. «Cuando una relación va bien y hay conexión, no es imprescindible el polvo de película. No tienes que ganarte al otro de esa manera. Tienes que dejarte ser, dejar que te conozcan y, si no gusta lo que se conoce, mejor no seguir». Apagar la exigencia para que se apague esa corteza cerebral con la que controlamos la vida; encender la aceptación para dejar paso al placer.